La escasa estratificación en la sociedad comunal. La Montaña Navarra.

Selva de Irati
Selva de Irati

Como ya vimos en anteriores artículos 1 el libro “La guerrilla española y la derrota de Napoleón”, del historiador John L. Tone tiene muchos fragmentos que nos aportan una visión histórica muy diferente de la que nos llega desde el academicismo. Se nos ha vendido que toda sociedad anterior a la llegada de los regímenes liberales era un infierno para las clases populares. El academicismo histórico, muy dado a las teorías del materialismo histórico y del progreso con tal de legitimar el régimen actual, nos quiere hacer creer la cantinela de que en todos los sentidos todo momento anterior es peor que el actual y que así mismo ocurrirá en el futuro, sin importar la calidad del sujeto, pero si no nos dedicamos a dar una visión sesgada y reduccionista de la historia que encaje en nuestra teorética y nos basamos en hechos concretos nos encontramos con una historia sorprendente, llena de altibajos en muchos aspectos y donde la baja o alta calidad del sujeto medio fue decisiva en los cambios históricos y lo seguirá siendo, a pesar de que los partidarios del mecanicismo y materialismo histórico nos quieran vender lo contrario.

Este libro trata la sociedad de hace poco más de dos siglos en un lugar y periodo concreto: Navarra y la guerra de la independencia, como ya comenté el autor divide Navarra en dos territorios, la Ribera y la Montaña. Explicando las diferencias sociales, económicas y políticas, tan contrastadas entre sí, se puede entender el papel tan determinante que tuvo la guerrilla de las comunidades rurales en la derrota de Napoleón. Estos fragmentos que reproduzco a continuación son también un ejemplo claro de lo que ocurre cuando la jerarquía artificial entre la energía, el amor y la inteligencia es débil e incluso inexistente. Como ya vimos en otros artículos2 y como dijo Simone Weil una de las causas de la opresión es la separación creciente en la sociedad entre los que manejan la palabra y los que se ocupan de las cosas. Los hechos históricos nos demuestran que cuando esta jerarquía es prácticamente inexistente, la unidad de una comunidad está en condiciones de hacer frente a casi cualquier contratiempo y esto es algo que la oligarquía tiene muy claro desde como mínimo los tiempos de Julio Cesar y su “divide et impera”:

“Otra de las ventajas para la guerra consistía en la relativa ausencia de diferenciación social. Paradójicamente lo que avala esta afirmación es el gran número de nobles de la región. El censo de 1795-96 da cuenta de 19.010 nobles en Navarra, lo que equivale al 7-8 por ciento de la población, una cifra alta para casi todos los promedios. La vasta mayoría de estos nobles vivía en la Montaña. Por ejemplo, al oeste de Pamplona, en el valle de Larráun, el 80 por ciento de la población era noble; hacia el norte de la capital, en el valle de Baztán, la cifra se situaba en el 60 por ciento, y en los Pirineos de Sangüesa en casi el 30 por ciento. En la Ribera, por el contrario, sólo cerca del 1 por ciento de la población era noble de nacimiento.

Sin embargo, los bienes se deprecian cuando abundan en exceso, y en el norte de Navarra los miles de hidalgos, el nivel más bajo de la nobleza, difícilmente se distinguían de los comunes campesinos entre quienes vivían. Los hidalgos de la Montaña (y por regla general los del litoral septentrional de España) trabajaban como taberneros, zapateros remendones, herreros y carpinteros. Los extranjeros se daban inmediatamente cuenta de la falta de estratificación social asociada a la nobleza en la región, hecho que llevó a un observador francés a preguntarse si la institución tenía algún sentido en una región “donde una tropa de muleros son nobles, donde los domésticos, al adquirir esta condición, muestran los pergaminos de sus ancestros”

Habría sido más productivo preguntarse sobre los propósitos a los que no sirvió la nobleza de la Montaña. Por ejemplo, no sirvió para crear una base de apoyo profrancés como hizo la nobleza de la Ribera y de la mayoría de la España meridional situada geográficamente a partir de la demarcación Ebro-Duero. En estas regiones, los nobles interesaban especialmente al gobierno francés, el cual se los atrajo bajo las promesas de sofocar la revolución popular y de compartir los expolios de la guerra. En la Montaña esta táctica era imposible. El hidalgo del norte de Navarra estaba más lejos del noble enriquecido de Madrid o de Sevilla que del campesino común. Probablemente, sus lealtades se articulaban mejor verticalmente con la comunidad local que horizontalmente con el estado noble. Éste era un hecho de enorme importancia. En momentos decisivos, el temor y aversión al pueblo solidarizaron a los nobles aragoneses y castellanos en contra del movimiento de resistencia y en favor del régimen impuesto desde arriba por los franceses. La naturaleza de la nobleza en la Montaña navarra – y en cierta medida en todo el norte de España – impidió este resultado…

... La debilidad del régimen señorial y la falta de correspondencia entre nobleza y riqueza en la Montaña limitaban la básica división social entre pecheros y nobles, tan característica del Antiguo Régimen en la Ribera y en la mayor parte de Europa. Pocos campesinos pagaban algún tipo de renta feudal; y aquellos que lo hacían, satisfacían rentas bajas; y en algunas áreas la mayoría de campesinos era asimismo nobles. El privilegio noble fue explotado por Napoleón para dividir a los pueblos conquistados de Europa y le ayudó a consolidar el anillo de reinos satélites construidos en torno a Francia. Esta misma estrategia fue también efectiva en gran parte de España, incluyendo la Ribera de Navarra donde las élites temían más a la muchedumbre que a los franceses, por lo que era fácil inducirlos a la colaboración. Las divisiones sociales condenaron al fracaso la defensa de Tudela en junio de 1808, una vez que la junta de la ciudad abandonó la resistencia tras el primer encuentro con las tropas enemigas. Los franceses continuaron explotando la división entre ricos y pobres en Tudela con el fin de asegurarse la pacificación de la ciudad durante la guerra… … No obstante, en la Montaña, en donde los mayorazgos eran raros y en donde la mayoría de los nobles no se distinguía de los pecheros, la guerrilla navarra encontró muchos partidarios. Así la naturaleza de la nobleza en la Montaña permitió desafiar a la ocupación francesa desde una posición de unidad y fuerza…”

Este último fragmento que copio a continuación es impactante, dado que estamos hablando de principios del siglo XIX y que los concejos abiertos son anteriores al siglo X, pero aun seguían siendo muy operativos . En él podemos observar por ejemplo como la política de un concejo podía limitar el poder de ciertos agentes económicos con el fin de que no pudieran aprovecharse de los miembros de la comunidad, nada parecido a la actualidad, cuando la política está al servicio de los grandes agentes económicos:

“Al amparo de la constitución foral, los municipios de la Montaña fueron sorprendentemente democráticos y poderosos. Lo que también resultó ser una enorme fuerza para las guerrillas. En la Montaña era el concejo comunitario, abierto a todos los hombres y mujeres que fueran cabeza de familia, el que ejercía el gobierno municipal. Los cargos municipales rotaban entre los miembros del concejo, de tal forma que a la larga todas las cabezas de familia participaban directamente en el gobierno…

…Madrid, en un intento de conseguir mayor control sobre Navarra, había pretendido echar abajo este sistema, presionando por la abolición de las elecciones abiertas en favor de una selección azarosa entre un grupo selecto de hombres cualificados por su propiedad para poder acceder al cargo. Con esta reforma Madrid pretendía crear oligarquías municipales que pudieran ser manejadas con mayor facilidad. El sistema ya había sido adoptado en la mayoría de Castilla y Aragón; sin embargo, en Navarra la tenaz resistencia del gobierno foral redujo la insaculación a las grandes ciudades. Así, la mayor parte de la Ribera siguió el nuevo procedimiento, lo que hizo que los gobiernos por la veintena o concejos de 20 oligarcas se convirtiesen en norma en lugares como Tudela o Corella. Las élites locales, por tanto, dominaban el proceso político de la Ribera. La Montaña, por el contrario, preservó la totalidad de sus gobiernos locales democráticos a excepción de las ciudades grandes.

Los gobiernos municipales tuvieron un gran poder bajo el régimen virreinal vigente hasta 1808. Los municipios fijaban los salarios y precios. Eran responsables de los servicios más esenciales, que incluían la molienda de harina y el abasto de bienes básicos, así como de los caminos, las escuelas y del cumplimiento de las ordenanzas locales. La forma de gestión de los servicios por parte del gobierno local pone de manifiesto la supervivencia de una “economía moral” en la Montaña. Los contratos efectuados con los panaderos, molineros, taberneros o cualquiera de los otros artesanos locales eran documentos legales extensos y detallados que demuestran como las ciudades y villas podían constreñir los impulsos adquisitivos de sus vecinos.

A los taberneros, por ejemplo, sólo se les permitía por contrato un nivel de beneficios fijado por la costumbre. Pagaban a la comunidad por el derecho a comerciar, y no podían abandonar sus deberes durante el periodo de vigencia del contrato a no ser que satisficieran fuertes multas. El privilegio y el deber eran partes integrales de cualquier negocio. En los días de fiesta y de vacaciones, la comunidad debía poder comprar vino sin que éste estuviera cargado con ningún beneficio. La calidad del producto estaba fuertemente controlada y el uso de uvas y vino de fuera de la comunidad estaba prohibido mientras no se hubiera consumido la producción local. Al mismo tiempo, al tabernero se le aseguraba que ningún competidor pudiera vender vino en la comunidad. De este modo, se consideraba que el tabernero era proveedor de servicios a la comunidad mas que un mercader. Su esfera de iniciativa individual estaba extremadamente limitada, pero al menos se le aseguraba una buena posición. En efecto, la sociedad cerrada de la Montaña proporcionaba seguridad en lugar de oportunidad.

El conjunto de poderes que tenían los municipios era verdaderamente sorprendente. Los gobiernos locales elegían a sus sacerdotes y acordaban sus salarios. Controlaban el asentamiento y la residencia dentro de las fronteras municipales, denegaban privilegios comunales a quienes consideraban que podían alterar la comunidad. Asignaban el presupuesto fiscal comunicado por la Diputación y gestionaban el reclutamiento militar localmente. Regulaban los cultivos y las cosechas, se ocupaban de los conflictos locales, y controlaban celosamente las posibilidades de libre entrada en la villa de los viajeros.”

Enlaces relacionados

1 – La laya neolítica y la sociedad comunal y The fatal knot: the guerrilla war in Navarre and the defeat of Napoleon in Spain

2 – Ya es hora de superar la desigualdad y A los problemas de la crisis multidimensional, la revolución integral

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