Ya es hora de superar la desigualdad

Dentro de la crisis multidimensional que nos afecta hay una crisis que sobresale por encima del resto y que está en los primeros lugares de las encuestas de lo que más preocupa a los ciudadanos españoles, hablamos de la crisis política. Los incontables casos de corrupción, el incumplimiento de los programas de los partidos y la respuesta de muchos políticos que no parecen estar a la altura de la situación, limitándose a buscar el desprestigio del contrario, no ayudan a que la desafección por la política disminuya.

La respuesta de la sociedad, se divide mayoritariamente en dos posturas, la primera crítica el comportamiento de los políticos a la vez que pone en tela de juicio los derechos que se han concedido ellos mismos y que los pone en una situación privilegiada, por encima de la del resto de ciudadanos, aquí entran razones económicas como los sueldos tan elevados que ganan, las pensiones vitalicias con cotizaciones de sólo siete años en el cargo, etc; así como razones de otra índole, por ejemplo aquellas que los hace ser casi inmunes a la justicia, como la condición de aforado. La segunda postura defiende a los políticos, denunciando que están siendo víctimas de una confabulación neoliberal para debilitar al Estado y que utilizan para ello uno de los rasgos de carácter más propio de los españoles, la envidia. “Es la envidia de los españoles, en cuanto destacas van a por ti”.  Sea un tópico o no, eso es lo que argumentan. «los ciudadanos lejos de alegrarse que otros tengan más derechos que ellos, más seguridad y mejores condiciones económicas, prefieren que sean despojados de sus privilegios, cuando realmente tendrían que luchar, no por desear el mal ajeno, sino por ponerse a la altura de los políticos y de sus derechos, porque los políticos están al servicio del bien común y eso es algo que los honra». Si la primera postura maximiza los escándalos que agitan los medios de comunicación, la segunda los minimiza, «hay que limitarse a denunciar los casos de corrupción pero no caer en generalizaciones porque la mayoría de políticos son honrados».

La primera postura  suele ir unida a demandas de mejoras en las condiciones materiales, aquí y ahora, sin cambios en la calidad del sujeto, sin autoexigencia personal de mejora.  La segunda anima a que el ciudadano medre en la escala social para conseguir esas condiciones materiales, esto es algo totalmente arraigado en el sistema capitalista, si quieres conseguir mejores condiciones materiales, tienes que dejar atrás tu condición de sujeto-energía para colocarte  como nuevo sujeto-inteligencia. Esto se experimenta en las empresas, por ejemplo en las consultoras informáticas – un sector profesional que conozco – los técnicos cobran menos que los consultores, que los jefes de proyecto, que los gerentes, que los directivos, o que los miembros del gobierno corporativo de la empresa, de esta forma se está promoviendo el desprecio al trabajo más manual, la única forma de mejora en este mundo materialista es el medro hacia el edén de la inteligencia para gobernar a los inferiores. Es típico de muchas empresas de informática que los consultores, más alejados del trabajo manual, desprecien a los técnicos (me se de una empresa donde los consultores llaman esclavos a los técnicos).

Esto no sólo ocurre en las empresas, en la modernidad se ha inculcado que la gente rural eran ciudadanos de segunda, así hay quien opina que la ciudad tiene el dominio de la inteligencia y las zonas rurales el dominio de la energía, y este hecho, muy documentado, fue una de las causas de la emigración masiva del campo a la ciudad, la propaganda que hacía sentir al campesino la vergüenza de su propia condición rural. Hoy los pedantócratas ilustrados sienten desprecio hacia las clases populares, las consideran masas reaccionarias y conservadoras que son un lastre para el progreso (básicamente científico, industrial y tecnológico).

Los sujetos de la segunda postura saben que defender el dominio de la inteligencia es hacer apología de la esclavitud, porque para tener cubiertas sus necesidades vitales tendrán que existir seres humanos que realicen los trabajos más duros para ellos, no sólo en sus propios países, también en otros países donde los derechos más básicos de las personas no estén garantizados y pueden ser mejor explotados para que los ciudadanos de los países más cercanos al dominio de la inteligencia obtengan mercancías más económicas. La promesa de una tecnología que nos salvará de la explotación se derrumba cuando los países del primer mundo, más tecnológicos y con la generación supuestamente más preparada de la historia (con más títulos universitarios), tienen que recurrir a la fuerza de trabajo de los países del tercer mundo. Es chocante que los países más tecnológicos estén en crisis, con mayores índices de desempleo, mientras los países del tercer mundo, menos tecnológicos y con una fuerza de trabajo hiper-explotada, se estén posicionando como potencias emergentes, es chocante si no se tiene en cuenta que la redención progresista-materialista es una falacia, el sistema sólo se mantiene mediante la desigualdad y diseñan los mecanismos adecuados para impedir que toda la población pueda tener éxito en el medro social. De ahí que estemos viviendo en estos momentos como se está corrigiendo esa desigualdad para que continúe avanzado la apisonadora estatal-capitalista, desmontando el Estado del bienestar que se impuso desde arriba, no por un sentimiento magnánimo, sino para aniquilar las relaciones horizontales de ayuda mutua y degradadar a los pocos sujetos que todavía oponían resistencia.

Ante estas dos posturas hay una tercera y quizás muchas más, esta postura se basa en mi anterior artículo sobre las tres cualidades esenciales del ser humano. Los que siguen un paradigma darwiniano justificarán que primero fue la energía, luego el amor y finalmente la inteligencia. Según este paradigma la evolución justifica la opresión de la inteligencia contra la energía. El cerebro humano se compone de tres capas, el reptiliano, el límbico y el neocortex. El reptiliano, el más primitivo, regula las funciones fisiológicas involuntarias y es el responsable de la parte más primitiva de reflejo-respuesta. No piensa ni siente emociones. Luego tenemos el sistema límbico, la capa intermedia, almacén de nuestras emociones y recuerdos. Como tercera capa, más evolucionada y externa,  tenemos el neocórtex o cerebro racional, que es quien permite tener conciencia y controla las emociones. Incluso en algunas tradiciones espirituales, como las orientales, existe una posición jerárquica entre los centros de energía,  amor e inteligencia, donde unos son de una frecuencia más baja y otros son de una frecuencia más elevada y más pura, llámense chakras, centros energéticos, tan tien, etc, jerarquía que ha legitimado por ejemplo las castas en la India.

En este sentido la concepción darwiniana es heredera del neoplatonismo, la energía y el amor tienen que ponerse al servicio de la inteligencia, de la idea, porque lo primitivo es esclavo de lo nuevo, lo impuro es siervo de lo puro, así el mundo tiene que estar regido por los filósofos que desprecian el trabajo manual como su profeta Platón porque no es digno de un ser elevado. Todos los demás, guardianes y artesanos tienen que ponerse al servicio de los filósofos, manifestación de la Razón de Estado. Pero lo contrario, que todo esté al servicio de la fuerza y el placer, tampoco ha llevado a buen puerto, es la concepción nietzscheana que llevó al fascismo.  Las diferentes manifestaciones del Estado surgieron de una combinación, en mayor o menor grado, de estas dos concepciones.

Existe otro paradigma que invita a ver que somos un potencial infinito de energía, amor e inteligencia, y que las tres cualidades esenciales de la realidad ni están supeditadas unas a otras, ni fueron unas antes que las otras. Uno y trino, lo que es esencial es eterno e inmutable, sin principio, ni fin. Este paradigma viene influido por los trabajos de Antonio Blay y por el primer cristianismo asambleario (no el eclesiástico jerárquico), pero no se queda necesariamente en ellos.

La tercera postura que propongo es la demolición de la falsa jerarquía de las cualidades esenciales. Siguiendo a Simone Weil, para abolir la opresión hay que situar el trabajo manual en  el núcleo de la actividad económica, considerándolo un “valor supremo” y hacer desaparecer la separación entre los que piensan y los que hacen, entre los que dirigen y los que obedecen tanto en el ámbito económico, como político. No se trata de hacer descender a unos en derechos o privilegios, sino de elevarnos en deberes, todos. Los trabajadores tienen que elevarse a la categoría de verdaderos políticos y los políticos tienen que elevarse a la categoría de verdaderos trabajadores, porque una sociedad del amor no puede permitir la explotación, la esclavitud. Ni puede permitir la esclavitud, ni puede impedir que todos los seres humanos se eleven en las tres cualidades esenciales. Si un solo ser humano o país en lugar de conseguir su sustento trabajando con sus manos obliga a que otros lo hagan por él, aduciendo que esto es así porque se dedica a otros asuntos supuestamente más elevados, esto es esclavismo. Todo es elevado, la energía, el amor y la inteligencia. Ya es hora de superar la desigualdad, ya pasaron los tiempos de Aristóteles, donde se justificaba la desigualdad alegando que el esclavo es esclavo porque su naturaleza es esencialmente servil. ¡Basta ya!.

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