Características del ideal correcto – A.Blay

Creo que en líneas generales, la filosofía o el sentido de la vida que hemos de descubrir ha de ser compatible con todos los aspectos de la vida. Generalmente el ideal va hacia un sector determinado y prescinde de todo lo que está fuera y hasta tiende a negarlo. A mi parecer no hay posibilidad de tener un ideal correcto, una visión justa, una perspectiva auténtica y verdadera, si en ese ideal no están incluidos todos los aspectos de la vida.

Vida

Es un problema muy parecido a la visión que tenemos o que se nos ha dado de Dios. Es una visión de Dios estupenda que ojalá la viviéramos de verdad. Pero es una visión parcial hecha a la medida de un niño pequeño que necesita protección y seguridad. Todos los valores religiosos que conservamos -si ustedes se fijan- se basan en el amor, pero en un amor concebido siempre en el sentido de protección personal, que nos hace salir de los apuros, de los problemas, de las dificultades, proporcionándonos de este modo un bienestar personal.

Pero como contraste con esta visión parcial ocurre que nuestra vida práctica nos ofrece unas experiencias muy desagradables, que no podemos comprenderlas ni integrarlas en nuestro ideal. Así cuando a una madre se le muere un hijo, o asistimos a una gravísima desgracia, o a una catástrofe inesperada en la que mueren gran cantidad de personas, ¿qué sucede entonces, qué ocurre con esa noción de Dios que cuida de la criatura y la protege de un modo personal? Sí -nos dicen- «es la voluntad de Dios», «es una prueba», «es un castigo». Se pueden dar muchas razones, pero en nuestra experiencia interior estos hechos no quedan aclarados, porque sólo tenemos experiencia de una relación de hijo a padre para con Dios, relación de protección, de seguridad. Y cuando sobreviene una desgracia, se nos rompe la idea de protección en ese sentido personal al que estábamos aferrados, pues vemos que allí ha habido una no-protección aparente, una vida impotente que se trunca, un padre que muere y deja a la familia tal vez abandonada, en la miseria; mil desgracias, en fin, que son hechos reales de cada día y que no podemos soslayar. Entonces, ¿qué pasa con nuestra noción de Dios? Nos sentimos confusos, tan confusos como cuando tenemos un problema importante y le pedimos a Dios en la oración que nos solucione y precisamente de la manera que nosotros hemos concebido como la única solución satisfactoria; y aunque ponemos todo nuestro desespero y nuestra perseverancia en esa oración, vemos que el problema no se soluciona como nosotros queríamos. En estos casos, tan frecuentes como reales, ¿qué ocurre con nuestra noción de Dios? ¿Esa noción que hemos ido asociando todos nuestros ideales de bondad, de protección, de seguridad personal?Entonces comprobamos que esa noción no se ajusta a la realidad cruda que se desprende de un modo directo y sin subterfugios de los hechos. ¿Y por qué ocurre esto? Porque nuestra idea de Dios no es correcta.

Por eso digo que nuestro ideal de la vida ha de incluir todos los aspectos de la realidad, no abarcar sólo un sector sin querer ver el resto, ni tampoco tratar de explicar la realidad buscando unas razones que pueden ser ciertas, pero que, por el hecho de no vivirlas, no son verdad para mí.

Esto supone que hemos de llegar a un ideal que no sea fruto de una simple aceptación o conformidad externa, sino que brote de una actitud interior total que ve y comprende la razón de ser positiva de todas las cosas.

Sólo entonces, cuando yo mismo vaya viendo si hay o no hay sentido en las cosas, y cuál es ese sentido, y todo lo vaya experimentando directa e inmediatamente en mi propio ser, entonces el ideal que descubra será auténtico, a prueba de cualquier circunstancia, porque será un ideal que me lo habrá dado la vida misma vivida con totalidad. Será realmente la representación exacta de mi ser en el mundo.

El ir descubriendo todo esto puede parecer un trabajo arduo y difícil. Aún más, de momento lo único que se puede hacer es plantearse el problema tal como ahora uno lo ve y lo vive. En realidad esta es la postura de partida más correcta.

Sin embargo, es posible sugerir caminos para acercarse cada vez más a esa experiencia capital, a ese; descubrimiento directo y evidente de la verdad de la vida. Todo hombre es capaz de llegar a ese descubrimiento, y lo es en la medida en que siente una necesidad verdadera, una inquietud más o menos profunda por llegar a conseguirlo.

Una cosa que podríamos hacer con este fin es pasar revista a las teorías materialistas y espiritualistas que pretenden darnos una visión de la vida; pero en realidad esto no tiene importancia para nuestro objetivo. Tanto en unas como en otras, aparte de sus ventajas relativas, podemos encontrar varios inconvenientes.

Así la persona que vive de acuerdo con el sentido materialista -y hay muchas personas que se dicen religiosas y viven de este modo; quiero decir, que externamente se adhieren a una forma religiosa, pero que en su vida práctica siguen de hecho un ideal exclusivamente materialista- tiene más acusados determinados rasgos psicológicos. Uno de ellos es el de poseer un sentido realista extraordinario, una aptitud más desarrollada para la concreción, para la acción dentro del mundo material. En general, diríamos que es capaz de hacer cosas. Tiende a verlas, por lo menos las que se refieren a su propia experiencia, de un modo muy claro, muy preciso, y sabe manejarlas bien para conseguir resultados. En este sentido, digo, su capacidad de realización es extraordinaria.

Pero esta cualidad tiene sus inconvenientes. El principal es que la vida de estas personas carece de sentido. Hay una serie de cualidades que no desarrolla nunca y que, no obstante, están en su interior: valores espirituales, reales, auténticos, no simples ideas teóricas, sino una capacidad real de alcanzar experiencias y estados intrínsecamente espirituales.: Y no las desarrolla a causa de su propia actitud, porque él mismo se está mutilando. Además esa misma actitud materialista le impide encontrar un sentido general de la vida. Puede conocer las leyes de la materia, su mecanismo, pero no sabe profundizar en la existencia, en tanto que fenómeno complejo más rico. Así no le queda más remedio que decir: los valores que llamamos intelectuales, morales y espirituales son una manifestación más de la materia. Y de este modo se deja escapar el verdadero sentido de la existencia, porque nunca lo que es una manifestación de la materia puede darnos su razón de ser. La razón, la idea, la filosofía en este caso no sería más que un producto de la materia y si sólo es un producto, justamente en esta medida no puede darnos la explicación. Es más, el significado mismo del sentido de la vida resultaría absurdo, pues este sentido sería siempre menos importante que la materia por ser un subproducto de la misma.

Las personas que viven siguiendo una teoría espiritualista de verdad -no los que se adhieren sólo imaginativamente a ellas-, poseen una serie de cualidades estupendas. Algunas las hemos enumerado antes. Desarrollan sus facultades, dinamizan su energía interior y actualizan unos valores que están en nosotros y que solamente se pueden desarrollar si se vive en función de dichos valores.

Pero en cambio tiene el inconveniente de que tienden, en general, a delimitar su perspectiva de la vida negando o disminuyendo otros valores reales. Y muchas veces también a convertir la vida espiritual en una compensación de las experiencias reales desagradables que experimentan en la vida concreta. En lugar de vivir las experiencias hasta el fondo, de conocerlas y manejarlas bien, sucede con frecuencia que ante las dificultades que les plantea la vida se refugian en los valores de tipo espiritual para conseguir un éxito que no pueden obtener en el orden material; y en este sentido, podemos afirmar que huyen de muchas situaciones, evadiéndose de un nivel real a otro de tipo ideal.

En nuestra búsqueda de la verdad de la vida hemos de prescindir tanto de las ideologías de tipo material corno espiritual. Esa separación que la gente hace entre lo material y lo espiritual desaparece cuando uno busca la experiencia de su propia vida, porque ésta no hace separación artificial entre materia y espíritu. La vida es, ciertamente, un fenómeno muy rico, muy complejo, pero único. Las separaciones que introducimos son siempre producto de la mente que tiende a especular, pero que no está viviendo de verdad, sino que se sitúa fuera como simple espectadora. La mente puede especular, puede razonar, pero es preciso que en el momento de hacerlo no se separe del proceso dinámico de la vida, sino que permanezca integrada en las fuentes de la vida de donde brota y de la que forma parte.

Hemos de aprender a descubrir el sentido de la vida abriéndonos mentalmente hacia dentro, para que sea la vida misma, desde dentro de nosotros mismos, la que nos dé el verdadero sentido de todo cuanto existe. La vida arrastra consigo un conjunto de fenómenos energéticos que se están produciendo en nosotros en todos los niveles de nuestra personalidad, desde el más elemental y material, hasta el más elevado y espiritual y que están constantemente en funcionamiento. Si aprendemos a mantenernos abiertos a ese proceso vivo que está teniendo lugar siempre en nuestro interior, iremos viendo y descubriendo, de un modo constante, sin pensar, sin especular, qué es eso que llamamos vida, cuál es la realidad que está detrás de esos fenómenos. Porque toda vida vivida conscientemente se convierte en sabiduría. Para vivir así hay que hacer pasar la vida de un modo directo por la mente, prescindiendo de la representación de ideas, pensamientos, juicios o teorías. ¿Qué quiere decir que una cosa se convierte para mí en realidad vivida de un modo inmediato? Cuando me hago daño, cuando tengo un dolor de muelas, o cuando hablo, vivo estas realidades directamente. Pues de la misma manera se puede llegar a un conocimiento evidente, inmediato de lo que es el sentido de la vida, de lo que ella busca y quiere; es decir, de la verdad que no es sino la contraparte intelectual de ese conjunto de fenómenos energéticos y dé conciencia que llamamos vida.

Para llegar aquí, evidentemente, hay que realizar un trabajo, largo muchas veces, pero en el que cada paso está recompensado, cada esfuerzo obtiene su fruto inmediato. Quizá no sean fáciles estas soluciones como pudiera serlo el hecho de rechazar una teoría o el de adherirme a otra que me parezca más cómoda o más atractiva. Pero en cambio uno aprende a trazarse un caminó que será permanente, aprende a ser él mismo su propio camino.

(Plenitud en la vida cotidiana – Antonio Blay)

Un comentario sobre “Características del ideal correcto – A.Blay”

  1. Encantador, David.
    El ideal «correcto» es percepción callada, capacidad de entender y relacionar sosegadamente y con amplitud de miras.
    Se opone a la necesidad de clasificarlo todo, de empaquetarlo o calzarlo rápidamente en alguna categoría. Acercarte al mismo, te acrecienta, te amplía, multiplica tus puntos de aproximación y enfoque, incluso creativamente. Te hace sentir en mil mundos posibles, todos ellos «correctos» a su modo no aprendido. La realidad es como es, no es material ni espiritual. Ni siquiera tiene una finalidad ni una razón que quepa preguntarse… O hacerlo de un modo tan desinteresado que el mero ejercicio de cuestionarnos no adquiera una forma que permita entrever -a otra persona menos militante- un deseo de respuesta perfilada. No somos espirituaoles ni materiales, ni esencialmente padres o hijos, o trabajadores o gente con tiempo libre. Somos una mezcla que tiende a confundirse con papeles aprendidos y preferencias que se nos suman como costra inserta en la piel (y a menudo más abajo: «costra orgánica»).
    Pero todo este razonamiento nos aleja de la meta de captar sin etiquetar, juzgar ni clasificar. Una sensibilidad tal tendería a ser susceptible frente a tanto dolor y fracaso… Pero se quisiera resistente y fuerte. Tengo para mí que el sabio sabe conjugar realidad e ideal, sensibilidad y fortaleza, libertad y seguridad, ética y felicidad…
    Manue

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