Recuerdo con especial cariño los domingos que pasábamos en el campo cuando era pequeña. Era una reunión de amigos, un encuentro donde compartir entre unas y otras familias, los alimentos que cada uno llevaba. Eran días de sol, de olor a humo y a pan tostado en el fuego. Terminábamos agotados, especialmente los niños que dejábamos nuestras fuerzas en algún lugar de aquellos árboles.
Hoy hemos repetido esa experiencia y para mí ha sido tan gratificante como hace 25 años, sobre todo porque he podido enseñar a mi hijo lo que se disfruta mirando un río, caminando por entre rocas y respirando esos olores a carne a la brasa que hemos hecho.
El merendero donde hemos pasado el día está en Ponts y tiene un río precioso, helado y transparente donde desfilan casi coquetas unas truchas de tamaño considerable (mi sobrino ha pescado cinco). Paseos, jugar al futbol, al voleibol, preparar el desayuno, aperitivo, comida… todo un día donde especialmente los niños han dejado su energía y se han revolcado en el suelo de lo lindo. Creo que hacía tiempo que no se oían tanto los pájaros que mezclado con el sonido de los árboles y el río nos han dado un concierto de naturaleza completo.
Otra cosa que me ha llamado mucho la atención es que había mucha gente del este pasando el día en el merendero, su música y costumbres también han estado allí, supongo que en esos países hay bastante tradición de disfrutar de un día de campo.
Cuando íbamos de camino, hemos pasado por el desvío del Molí d’ Enfesta y la verdad es que me ha traído muy buenos recuerdos, además estaba todo muy verde y el paisaje era especialmente bonito.
Lo cierto es que si no inculcamos a nuestros hijos la pasión por la naturaleza, difícilmente podrán apreciar todo el encanto que nos rodea, y pasar un día como el de hoy, es un pequeño lujo que a partir de ahora queremos regalarnos de vez en cuando. Sobre todo, teniendo en cuenta que David ha conocido a un niño – Adriá- que además es de Igualada y que suele ir casi todos los domingos. Han hecho muy buenas migas y han estado jugando todo el rato, así que especialmente por él y por las personas con las que hemos disfrutado el día, hemos pasado un domingo fantástico.
Si señora, fue un día perfecto, todo acompañó: el buen tiempo, la compañía, un lugar privilegiado lleno de sonidos relajantes, como el canto de los pájaros o el murmullo del río Segre, la comida exquisita con unos formidables cocineros, el juego con los niños – eso de tener un campo de fútbol al lado del merendero fue ideal – y además la suerte estuvo de parte de Jordi y pudo pescar varias truchas magníficas. En fin, que yo no dudaría repetir la visita!!!
Cierro los ojos y yo también estoy ahí, mirando como la carne cambia de color sobre la parrilla, viendo a mi primo pescar en el rio, con más pericia pero con el mismo impetu que cuando eramos pequeños, y nuestro abuelo nos enseñaba a hacerle el nudo al anzuelo.
Riendonos de las trampas que hacíamos en cualquier juego, disfrutando los unos de los otros mientras el tiempo se paraba y ese día tenían las emociones de una semana.
Me alegra veros en esas fotos os queremos mucho, hasta pronto.