La conciencia científica

Amigos lectores, ya estamos de vuelta con ilusiones renovadas, con nuevo “look” en nuestro blog y nuevas ideas que se irán dando a conocer. Durante estas vacaciones, entre otras cosas, pude terminar un libro que últimamente se me resistía por la falta de tiempo, me refiero al libro “Historia Intelectual del Siglo XX” de Peter Watson, el cual recomiendo sin ningún margen de dudas. El autor de este libro me ha parecido sobre todo honesto y bastante objetivo si se puede aventurar tal cosa. Casualmente Peter Watson fue el motivo de La Contra de la Vanguardia el primer día de este mes, no estuvo nada mal la entrevista, un poco cruel opinando sobre el mundo tal como cree que está ahora, pero algo de razón le encuentro, por ejemplo dice que hoy “la medida del éxito es la diversión” y que “el espectáculo continuo nos vuelve frívolos, superficiales, conformados, dominables con unas cuantas gracias al día” para acabar llegando a la conclusión que “sólo quien es culto tiene auténtica vida privada: criterio para elegir su música, sus libros, sus conversaciones, su comida… Y han aprendido, por ejemplo, que la primera vez que escuchas música clásica puede aburrirte, pero si perseveras será una profunda fuente de placer el resto de tus días.”

Conocimiento

En el libro “Ideas” habla que existen tres ideas fundamentales en la historia de la humanidad según su punto de vista: el alma, el experimento y Europa. En este link podéis encontrar un artículo muy bien logrado sobre este libro. En la conclusión del libro se indica que el estudio de lo externo mediante la ciencia ha conseguido mayores resultados que el estudio de nuestro interior mediante la introspección, la psicología o la religión, no le falta razón, aunque está claro que muchísima gente tiene una necesidad innata por mirar hacia adentro, por hacerse preguntas sobre uno mismo, y no tiene nada de malo, no se si se tratará de una anomalía genética pero creo que es muy natural y humano hacerse esas grandes preguntas de toda la vida como ¿Quién soy yo?, aunque no nos lleve a ninguna parte como si parece hacer la ciencia. ¿Pero adonde nos lleva la ciencia solitaria, sin la subjetividad y ese yo escurridizo que se deshace entre los dedos?. Esta claro que vivimos con más comodidades gracias a la ciencia y la tecnología; la ciencia de algún modo se parece a la Verdad de Sócrates, segun este gran filósofo cuando el conocimiento nos sirve para vivir eso es la Verdad. Sócrates unía conocimiento con virtud, porque cuando sabemos que algo es bueno, que es útil para nosotros, lo hacemos irremediablemente, al menos eso es lo que defendía este ateniense.

Respecto al libro sobre el siglo XX concluye que las mejores ideas se consiguieron a principios de ese siglo y que luego ha venido un periodo de consolidación sin grandes ideas; nuevas ideas, nuevos inventos, que han sido mejoras de ideas anteriores. De nuevo, Peter Watson habla de tres fuerzas motrices del siglo XX: la ciencia, la economía de libre mercado y los medios de comunicación de masas. De todas maneras no todo son flores para estas fuerzas motrices, por ejemplo la creencia ha estado presente también en la ciencia, aunque pueda parecer lo contrario, dada la fastuosa naturaleza del método científico que nos ha llevado a las más altas cotas de saber parcial.

Creo que fundamentalmente los temas que se tratan en este blog se podrían describir con una sola palabra: “creencia”, como el firme asentimiento y conformidad con muchas de las cosas que pululan por nuestro mundo sin verificarlas, porque aunque pensemos que la era de la creencia se está terminando, no es así. Puedo intentar averiguar que las cosas no son como me las explican pero no sé si puedo saber cómo son realmente, ¿realmente puedo verificar la verdad?. Despojándome de todo hasta quedarme sin soporte firme, con una depresión asfixiante, con una vida sin sentido, sin una creencia a la que aferrarme, y sin embargo con la seguridad contradictoria de que me puedo pasar toda una vida quitándome camisas de creencia, sin fin, sin atisbar la luz al final del túnel. ¿De verdad puedo deshacerme de la creencia?. Esa es la auténtica PARADOJA, AQUÍ Y AHORA, como el yo escurridizo que confundimos con el sujeto pensador, esa primera evidencia de Descartes con la que creyó probar la existencia de Dios y del mundo. Quizás tengo que buscar mi creencia a mi medida, creérmela hasta la médula y vivir feliz con un sentido, o vivir arrancándome la creencia a tiras, torturándome hasta llegar al vacio y a la oscuridad más absoluta, ¿será el jodido nirvana?.

“Al insistir en que la ciencia era una «cultura» en igual medida que lo era la literatura, C.P. Snow estaba haciendo hincapié tanto en la igualdad intelectual de las dos actividades como en sus diferencias. Quizá la más importante de éstas fuese el propio método científico, es decir, el proceso de observación empírica, deducción racional y continua modificación a la luz de la experiencia. De acuerdo con esto, los científicos aparecían representados como los seres más racionales, que en el ejercicio de sus actividades no se veían perturbados por consideraciones personales como la rivalidad, la ambición o la ideología, pues para ellos sólo contaban las pruebas. Esta concepción estaba respaldada por los artículos científicos que se recogían en las publicaciones periódicas profesionales, en las que el estilo era impersonal hasta el anonimato y la estructura formal seguía un esquema casi universal: planteamiento del problema, análisis de la bibliografía, método, resultados y conclusión. En estas publicaciones, la ciencia avanzaba conforme a estadios ordenados, dispuestos uno tras otro.

Esta concepción del científico tenía sólo un problema: no era cierta. Ni siquiera se acercaba a la verdad. Los científicos lo sabían, pero por diversas razones (entre las que se encontraba la inseguridad de la que había hablado Snow) no lo confesaban salvo en muy raras ocasiones. La primera persona que llamó la atención acerca de la verdadera naturaleza de la ciencia fue otro exiliado de origen austrohúngaro, Michael Polanyi, que había estudiado medicina y química física en Budapest y en el Instituto Kaiser Guillermo de Berlín antes de la segunda guerra mundial. Sin embargo, cuando acabaron las hostilidades, Polanyi era profesor de sociología en la Universidad de Manchester (su hermano era economista en la de Columbia). En sus conferencias Riddell de 1946 en la Universidad de Durham, que se publicaron bajo el nombre de Ciencia, fe y sociedad, Michael Polanyi dio a conocer dos hechos fundamentales acerca de la ciencia que resultarían fundamentales en la sensibilidad de finales del siglo XX. En primer lugar afirmó que gran parte de la ciencia surge de conjeturas e intuiciones y que, a pesar de que en teoría la ciencia puede ser modificada de manera continua, en la práctica no funciona así: «La función de las nuevas observaciones y los experimentos en el proceso de descubrimiento suele sobrestimarse». «Lo que revela la ciencia no son tanto hechos nuevos como nuevas interpretaciones de hechos conocidos, o el descubrimiento de nuevos mecanismos o sistemas que explican estos hechos conocidos.» Además, los avances «tienen con frecuencia el carácter de un todo, como cuando la gente "ve" de súbito algo que hasta entonces carecía de todo significado». Su teoría radicaba en que los científicos se comportaban de manera mucho más intuitiva de lo que pensaban y que, lejos de ser neutrales por completo o independientes en sus investigaciones, se ven guiados por una conciencia, una conciencia científica que actúa en más de un sentido: ayuda a los científicos a elegir el camino correcto para llegar al descubrimiento, pero también lo lleva a aceptar qué resultados son «ciertos» y cuáles no lo son o necesitan un estudio más detenido. Esta conciencia es, en ambos sentidos, una fuerza motivadora para el científico.

Polanyi, a diferencia tal vez de otros, consideraba que la ciencia era una consecuencia natural de la sociedad religiosa, y recordaba a sus lectores que muchos de los fundadores de la Iglesia cristiana, como San Agustín, habían mostrado un gran interés por la ciencia. Para el científico austrohúngaro, la ciencia estaba unida de manera indisoluble a la libertad y a la sociedad atomizada, pues sólo en un entorno semejante podían los hombres considerarse independientes. A su parecer, esto había surgido de la religión monoteísta y, en particular, del cristianismo, que había dado al mundo la idea, la tradición, de la «verdad trascendental», más allá de cualquiera de carácter individual: una verdad que se encuentra «ahí fuera», esperando a que alguien la descubra. Examinó la estructura de la ciencia y observó, por ejemplo, que pocos miembros de la Royal Society pensaban que alguno de sus colegas no fuese digno del cargo. También consideraba que se cometían pocas injusticias, pues no se dejaba fuera de la sociedad a nadie que mereciese pertenecer a ella. La ciencia y la justicia estaban unidas.

Polanyi sostenía que la tradición de la ciencia, la búsqueda de la verdad objetiva y trascendental, constituía en lo básico una idea cristiana, si bien se hallaba mucho más desarrollada —evolucionada— con respecto a los tiempos en que sólo existía la religión revelada. El desarrollo de la ciencia y el método científico había influido, a su entender, en la tolerancia de la sociedad, así como en su libertad, lo que resultaba tan importante como sus propios descubrimientos. De hecho, Polanyi estaba persuadido de que acabaría por tener lugar un regreso a la idea de Dios: para él, el avance de la ciencia y la forma científica de pensar y trabajar no eran más que el último estadio para satisfacer el propósito de Dios a medida que el hombre progresaba en lo moral. El hecho de que los científicos se dejasen guiar hasta tal punto de su intuición y actuasen según sus conciencias no hacía sino subrayar esta idea.”
(Extraído de HISTORIA INTELECTUAL DEL SIGLO XX – PETER WATSON)

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