Como explica José Mª. Castillo en su libro “El Futuro de la Vida Religiosa”, el primitivo monacato, nacido en Egipto y otros lugares del Cercano Oriente hacia finales del siglo III, al salir de las ciudades y marchar al desierto, no hace otra cosa que practicar el modo de protesta que los rebeldes, disidentes y marginados sociales de la época solían emplear para expresar su rebeldía con el sistema social dominante.
Por ello, los monjes serán vistos con mucha desconfianza por la Iglesia institucional del Imperio hasta que San Atanasio de Alejandría no salga en defensa del monacato (buscando seguramente recuperar su fuerza y autenticidad para evitar la burocratización de la Iglesia institucional), escribiendo una biografía elogiosa de San Antonio, considerado el primer monje ermitaño, la llamada Vita Antonii.
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